Desde los orígenes de la World Wide Web, la lógica que primó fue la de que existieran estándares para que cualquiera pudiera crear su propio programa de servidor web o navegador y se pudiera navegar la web. Pero, en los últimos años, algunas aplicaciones que se han hecho muy conocidas no permiten esta interoperabilidad.
Estamos creando un mundo en el que todos pueden entrar,
sin privilegios o prejuicios debidos a la raza,
el poder económico, la fuerza militar, o el lugar de nacimiento.
Estamos creando un mundo donde cualquiera,
en cualquier sitio, puede expresar sus creencias,
sin importar lo singulares que sean,
sin miedo a ser coaccionado al silencio o al conformismo.
Declaración de independencia del ciberespacio, John Perry Barlow.
La web comenzó siendo un servidor y un navegador en la máquina de Tim Berners-Lee en el CERN de Ginebra. De a poco se fue expandiendo por el resto del instituto y desde ahí a las universidades del mundo. Recuerdo que la primera vez que escuché de la web quise conocerla. Por suerte mi mamá tenía acceso en la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Un sábado por la mañana, mientras ella daba clases, me quedé en su laboratorio aprendiendo a usar un navegador y alguno de los primeros buscadores.
Desde ese momento hasta ahora han ocurrido cambios en las tecnologías con las que accedemos y creamos la web. Y así como ahora somos capaces de muchas más cosas que en aquellos primeros años, también hemos retrocedido en algunas características que hacen que aquella Declaración de la Independencia del Ciberespacio quede como un lindo manifiesto hippie enterrado bajo la realidad.
La web nació con una serie de características que facilitaron su difusión, entre las que están:
- Todos podemos tener un servidor web, cualquier computadora/equipo puede convertirse en uno, en pocos pasos.
- No se necesitan programas especiales para crear una página web, es solo un documento de texto que contiene instrucciones para que una aplicación (el navegador) sepa cómo mostrar el contenido.
- Los navegadores incluyen herramientas que nos permiten aprender cómo otras personas han hecho esas páginas web que tanto nos gustan e imitarlas.
- Se maneja con estándares consensuados por grupos de personas para que todo funcione de la mejor forma posible y que distintas aplicaciones puedan “entenderse” entre sí.
Servidores propios
Si bien, como hemos dicho, es posible que cada computadora sea un servidor web, en general los sitios web y aplicaciones más usadas alquilan los servicios de algunas grandes empresas como Amazon AWS o Cloudflare. Esto tiene algunas ventajas claras (como, por ejemplo, no tener que estar dedicando personal propio a realizar el mantenimiento de los servidores o que estas empresas suelen tener mejor velocidad de respuesta ya que son varios cientos de servidores en lugar de uno solo) y permite que muchos proyectos que empiezan pequeños puedan ir creciendo sin preocuparse por la infraestructura de su red. Pero también genera una mayor dependencia a esas empresas, como cuando una de estas empresas tienen algún problema y muchos sitios web o aplicaciones dejan de funcionar. En lugar de una enorme red distribuida estamos viviendo en una red con pocos nodos de los cuales dependen cada vez más y más servicios.
También podemos sumar, en este punto, la discusión sobre la soberanía de los datos que se guardan en esos servidores. Si, por ejemplo, quien contrata esas empresas es una agencia del Estado, generalmente esa información termina en servidores que físicamente se encuentran en otros países y donde, por lo tanto, priman las leyes extranjeras.
Un simple editor de texto
Una página web es, en muy resumidas cuentas, un archivo de texto que contiene las instrucciones para que un navegador sepa cómo tiene que mostrar el contenido que queremos difundir. Por lo tanto, con cualquier editor de texto básico podemos armar una página web. Y por “cualquiera”, decimos exactamente eso. Aún una de las viejas computadoras de inicios de los 90 tiene un editor de texto que nos va a permitir escribir nuestro contenido y que cualquier navegador pueda verlo.
Y, si tomamos los recaudos necesarios, el contenido de una página puede ser visto aun en navegadores de décadas pasadas. Si lo comparamos con otros documentos de textos que ya no pueden abrirse porque no existen las aplicaciones propietarias con las que fueron creados, la diferencia es importantísima para que el contenido de la web pueda estar siempre disponible, aún en un futuro lejano.
Los sitios que visitamos actualmente no suelen ser creados en esos editores de texto, si no que se arman dinámicamente a partir de cierto código e información de una base de datos. Pero nuestro navegador sigue recibiendo ese “documento de texto” para que pueda leerlo.
Aprendizaje por copia
A pesar de lo que suelen enseñarnos en la escuela, aprender de lo que han hecho otros y replicarlo es una de las formas más útiles de incorporar el conocimiento. ¿Te gusta cómo se ve una página o los efectos que hace mientras vas descubriendo el sitio? Tu navegador te ayuda a ver cómo está hecho y podrás copiarlo. Desde la versión más básica de hacer clic con el botón derecho y “ver el código fuente”, hasta las nuevas herramientas para desarrolladores que nos permiten tener un mayor detalle de cómo se crearon, todos los navegadores incluyen opciones para que podamos aprender de lo que han hecho otres.
Pero en los últimos tiempos han aparecido casos en los que se quiere bloquear este uso para evitar la copia. Opciones para que los dueños de sitios pueden configurar que el botón derecho de tu mouse no funcione de la misma forma, o las propias herramientas para desarrolladores no puedan mostrarte los detalles. Por ejemplo, en el código del navegador Chrome se está habilitando esta opción por pedido de algunas universidades e institutos que usan Google Forms u otros formularios online para realizar los exámenes. Y como esos formularios mostraban las respuestas correctas con el botón derecho o las herramientas para desarrolladores, pidieron que se pudieran bloquear si el creador de la página así lo quiere.
Interoperabilidad
Cuando Tim Berners-Lee publicó su servidor web dejó en claro que no quería cerrar la tecnología con patentes o copyright. Cuanta más gente la usara y participara de las decisiones sobre la web mejor sería el producto. Así se creó, entre otras organizaciones, la W3C que se encarga de diseñar los estándares a partir de los que creamos páginas web y otras tecnologías accesorias.
Es así que cualquiera puede crear su propio programa de servidor web o navegador, siempre y cuando se ajuste a los estándares que han sido definidos. Pero, en los últimos años, algunas aplicaciones que se han hecho muy conocidas no permiten esta interoperabilidad.
Por ejemplo, el correo electrónico que aún usamos (al menos los que tenemos cierta edad) está manejado por estándares. Mientras se cumplan ciertas reglas podemos usar cualquier aplicación para leer y responder correos. No estamos obligados a usar un programa específico. No sucede lo mismo con la mayoría de las aplicaciones que usamos para mensajería instantánea o redes sociales (pensemos en WhatsApp, Twitter o Facebook). Estas compañías impiden que otras aplicaciones se conecten con sus servicios y, por lo tanto, si queremos usar WhatsApp tenemos que descargar su aplicación. Y sin embargo existen estándares que permiten la misma funcionalidad y con las que podríamos tener nuestra aplicación a elección1.
El principal objetivo para que tengamos que descargar su aplicación es mantener a las personas cautivas y de esa forma centralizar la publicidad o el uso de los datos que se intercambian por la red. Si existiera una aplicación que nos permitiera estar en Facebook o Instagram pero sin publicidades o sin compartir todos nuestros datos personales, seguramente las elegiríamos frente a las oficiales. Y mudarse de red no es fácil, ya que como no podremos hablar con la mayoría de las personas hasta que no las convenzamos de salir de la otra aplicación, estaremos solos2.
No es un problema técnico. Es un problema económico (o de negocio)
Esto se ve potenciado con la forma en la que accedemos a la web, que va pasando de ser el navegador en una PC/notebook, a aplicaciones en un teléfono. Si bien en los primeros momentos de los teléfonos inteligentes las aplicaciones nativas podían hacer mejores cosas que la web, ahora es posible hacer casi todo con las tecnologías y los estándares de la W3C. De hecho, muchas aplicaciones de teléfonos no son más que un navegador que abre solo una página. Para las empresas, las aplicaciones tienen la ventaja de mantenernos más fácilmente en su espacio.
Y esto se da principalmente porque los ingresos en la web se basan en la publicidad y la venta de los datos personales para la publicidad, más allá de algunos pequeños casos en que algunos medios o páginas logran sustentarse con el aporte de sus usuarios.
La promesa de la web como un espacio de libertad, democracia e igualdad ha sido vencida, al menos por ahora. En lugar de tener un ecosistema de servicios interconectados como era la web en sus inicios, tenemos muchas aplicaciones que se pelean por nuestra atención e intentan retenernos el mayor tiempo posible en su pequeño espacio. Y esa concentración hace que la censura, ya sea de gobiernos o de las empresas, sea más fácil y que unos pocos puedan manejar el discurso permitido.
¹ Por ejemplo Matrix es una red que se usa principalmente en proyectos de software libre y que permite todo lo que hacemos en whatsapp o telegram, pero de forma descentralizada.
² Esto es conocido como el efecto red (network effect). Mientras más personas haya en una red, más personas se unirán y más difícil será prescindir de la misma.
0 comentarios