Algoritmos y desinformación

El algoritmo en la guerra por la información

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En medio de la invasión de Rusia a Ucrania, otra guerra se libra en el escenario mundial: el de la información -y desinformación- mediada por los algoritmos de las redes sociales de las Big Tech.

En la invasión rusa a Ucrania, las redes sociales se han convertido en uno de los principales canales por el que las personas alrededor del mundo pueden seguir la información sobre el devenir militar. Los usuarios utilizan palabras claves para filtrar búsquedas, siguen hashtags y miran las tendencias para conocer un poco más sobre lo que sucede en la otra punta del planeta. Toda esa información es filtrada por los algoritmos de las empresas tecnológicas como Facebook, Twitter y TikTok. Pero, ¿qué conocen los algoritmos sobre la guerra?

Un algoritmo es un conjunto de instrucciones que permiten solucionar un determinado problema. Por medio de esa serie de pasos, procesa información, una gran cantidad de datos, y arroja resultados. Las empresas utilizan algoritmos para recomendar a sus usuarios películas a partir de sus preferencias y visualizaciones o para ofrecerles productos por las búsquedas realizadas o las compras previas en su plataforma. Los usuarios podemos ver los resultados de esas acciones, pero poco conocemos sobre cómo se llega a ellos. En las redes sociales, los algoritmos son como la receta de Coca Cola, la fórmula está bajo llave.

En el contexto de la guerra, los contenidos sobre la ofensiva rusa se muestran moderados, filtrados de algún modo por los algoritmos de las redes sociales, que se nutren de nuestras preferencias, el historial de búsquedas, la geolocalización o cualquier otro factor que determine la plataforma. Las empresas condicionan la información a la que accedemos. Cuanto más miramos sobre un contenido, más nos muestran. Nuestro muro se comienza a llenar de ese contenido que nos agrada. El circuito se vuelve adictivo.

También hay que mencionar a las campañas de desinformación, que apuestan por contenidos extremadamente emotivos que interpelan a los usuarios para ganar viralidad. Y a medida que una publicación va ganando popularidad, es apreciado por el algoritmo. A nuestros propios sesgos, se suma el interés social que empuja ese contenido. Como señalan las teorías del filtro burbuja o las cámaras de eco, los algoritmos de las redes sociales pueden modelar nuestro mundo digital y blurear nuestras intenciones de búsqueda. También aparecen contenidos que las empresas disponen, por ejemplo, por la pauta publicitaria.

Las empresas tecnológicas tomaron parte en esta contienda, además de la moderación, con la censura de contenidos, etiquetando la información o restringiendo el acceso a ciertos medios a la ciudadanía. De este modo, ejercen un control editorial sobre los contenidos. Estas decisiones a largo plazo atentan contra las libertades y derechos de la ciudadanía.

Estas acciones se suman a las normativas que desde 2016 se sancionaron o modificaron en más de 40 países para regular los contenidos en internet que, por su formulación «demasiado imprecisa» o por los «castigos desproporcionados» que contemplan, «amenazan la libertad de expresión y la libertad de prensa en línea», de acuerdo a la UNESCO.

Este conflicto bélico dejó en evidencia nuevamente el rol que estas empresas globales tienen como árbitros de la información que circula por sus espacios. A principio de marzo, Google y Meta -propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp- bloquearon el acceso en Europa a las cuentas de Russia Today (RT) y de Sputnik, medios de comunicación vinculados al Estado ruso. YouTube además paralizó las monetizaciones y recomendaciones de determinados canales rusos en la plataforma. En sintonía, TikTok anunció la suspensión de las emisiones en directo y la publicación de nuevos contenidos en Rusia, tras la nueva reglamentación del gobierno de Vladimir Putin contra las «noticias falsas».

Otras de las acciones polémicas en la batalla por la información tuvo como protagonista a Twitter quien etiquetó las cuentas personales de algunos periodistas freelance que colaboran para medios rusos, entre ellos de RT y Sputnik, con la leyenda «medios afiliados al gobierno ruso». A pesar de que la empresa justificó la medida como una estrategia para brindar «mayor transparencia y contexto», estas acciones condicionan la libertad de expresión de los periodistas y erosionan el ejercicio al derecho a la información de los usuarios dado que esos posteos tendrían una menor visibilidad que otros.

A mediados de marzo, se conoció la noticia de que Facebook e Instagram realizarían un cambio en sus políticas y permitirían temporalmente incitar a la violencia contra los rusos y sus soldados, en tanto se refieran a la invasión a Ucrania. Estos discursos de odio serían prohibidos en el caso de que apunten contra otras personas o tengan dos indicadores de credibilidad. La medida se aplicaría en Letonia, Lituania, Estonia, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Rusia y Ucrania.

En medio del horror de la guerra, la ciudadanía debe contrarrestar los ataques de estas empresas tecnológicas contra el derecho a la información: buscar libremente en diversas fuentes, analizar diferentes puntos de vista, contraponer argumentos, recibir información de medios oficiales, independientes y alternativo. No sea cuestión de mirar sólo lo que el algoritmo dictamine en medio de la guerra por la información.

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