En un contexto laboral global en el que prima el pluriempleo y la pérdida de soberanía del tiempo libre, ¿cuál es el escenario del mundo del trabajo atravesado por los procesos tecnológicos-digitales? El rol del sindicalismo y la necesidad de nuevos estándares para garantizar más derechos y mejor calidad de vida de las y los trabajadores.
¿Cuántas veces escuchamos que el avance tecnológico nos iba a hacer trabajar menos horas? Se repitió a lo largo de la historia que la tecnología y la suba de productividad nos iba a llevar indefectiblemente a un paradigma donde con trabajar unos pocos días a la semana nos iba a alcanzar para vivir. Una promesa hermosa. Más tiempo de ocio. Más tiempo con amigos y familia. Mejores salarios por cada hora trabajada. Un sueño que tenemos todos en el imaginario colectivo.
Si hay algo que sucedió en las últimas décadas, fue la inmersión casi total de nuestra vida en procesos tecnológicos-digitales. Cambió nuestra forma de consumir, comunicarnos, educarnos, y de trabajar, entre otras cuestiones. Esa aceleración tecnológica, ¿se tradujo en menos horas de trabajo?
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Sábado por la mañana. Una mujer camina apresurada hacia el campito con un niño de la mano. Están llegando tarde a la práctica de fútbol. Suena el teléfono. Atiende. Del otro lado escucha “disculpá que te llame hoy sábado. ¿Mandaste ayer el formulario que te pedí?”, “Sí, sí, llegué a enviarlo”, le responde. La conversación sigue y el niño se suelta de la mano. Llegaron a la práctica y corre a ver a sus compañeros. La madre sigue conversando en el teléfono sobre lo que tiene que hacer para el lunes.
Imágenes así son moneda corriente en la vida de los trabajadores. Teletrabajen o no, las comunicaciones han atravesado la vida familiar y laboral mezclando el espacio y el tiempo. Y en medio de esa mezcla se escucha una demanda que resuena en el movimiento sindical: ¡Vamos a exigir la semana laboral de cuatro días!
Si vemos en retrospectiva, desde la primera revolución industrial hasta hoy, se han logrado conquistas reales para reducir la jornada de trabajo y, en algunos países, se han logrado esquemas más progresistas con reducciones aún mayores que las que tiene Argentina. Pero ante el cambio tecnológico que hemos vivido en las últimas décadas, y que aceleró la pandemia del COVID-19, ¿alcanza con la jornada de cuatro días?
Pluriempleo y pérdida de soberanía del tiempo libre, ¿cuál es el verdadero impacto que la tecnología ha tenido sobre el mundo del trabajo?
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Vivimos inmersos en un nuevo capitalismo digital. Este capitalismo, ya la mayoría lo sabemos, monetiza nuestros datos. Los extrae, almacena y procesa para generar valor. Nunca antes en la historia se han visto empresas que posean ganancias como las que vemos hoy día. Solamente cinco empresas tecnológicas constituyen el 20% del valor total de la bolsa, un nivel que no se había visto en un solo sector en al menos 70 años.
La función productiva de estas empresas se basa en extraer datos, procesarlos, predecir nuestro comportamiento, diseñar premios y castigos para motivar que nuestro comportamiento se adecue a lo que ellos quieren que hagamos y volver a extraer datos para verificar si el objetivo se cumplió, volviendo a comenzar el proceso. Ese objetivo puede ser desde la lectura de determinada información, la compra de un producto en particular, hasta el voto de determinado candidato. No importa cuál es el objetivo, el proceso es el mismo. Y los premios van desde satisfacción por “likes”, la comodidad, hasta premios monetarios. Todo vale en este capitalismo digital.
En el mundo del trabajo, la situación no es distinta. Los trabajadores de plataformas lo saben bien. La gestión algorítmica de los trabajadores tiene estos mismos procesos y objetivos. Extraer datos de nuestra performance laboral, diseñar premios y castigos (como poder elegir horarios o subir de nivel accediendo a mejor salario), para orientar nuestro comportamiento a aceptar pedidos, trabajar más y ser más eficiente.
Hoy más que nunca, el peligro no es que la automatización nos reemplace, sino que nos automaticemos nosotros mismos a través de la tecnología.
El segundo impacto que estamos viviendo, es el paradigma de pluriempleo. No es que antes no existiera. Pero la digitalización lo llevó a profesiones y actividades en donde eso era impensado hasta el momento. Varios clientes, varios empleos, varios “rebusques” que logran aumentar los sueldos para poder sobrevivir. La ilusión de que la tecnología nos iba a hacer ganar más por hora parece lejana cuando muchos tienen dos o tres empleos. Ni hablar del descanso de los fines de semana.
En el empleo formal la cosa no es distinta. Llamados los fines de semana, trabajar fuera de horario, llegar a casa para conectarse y terminar lo que no se pudo en la oficina, es moneda corriente en muchos trabajos. Parece ser que el respeto por las ocho horas de trabajo es una utopía en un mundo del trabajo hiperconectado y vigilante de nuestros comportamientos.
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Queremos trabajar cuatro días a la semana. Sería ideal sobre todo en un país grande como Argentina donde los fines de semana largos han beneficiado tanto a otros sectores como el turismo y el comercio. La pregunta es, ¿es suficiente?
Indudablemente, establecer un nuevo derecho aunque sólo afecte a una parte de la población, tiene sentido porque genera estándares. Un trabajador informal puede cobrar el aguinaldo igual aunque esté en el mercado informal simplemente porque ya es un estándar cobrarlo y el empleador que no lo paga está mal visto. La ley es prescriptiva de la realidad. Moldea un mercado, esté afectado por la misma o no. Existe una idea de que aquello que está aprobado en la ley es lo correcto, lo que deberíamos alcanzar como sociedad. Por lo tanto, indudablemente exigir una jornada de 4 días afectaría a todos los trabajadores, estén alcanzados por la norma o no.
Pero hay que sumar nuevos reclamos para que esos cuatro días sean realmente cuatro. Reconquistar el tiempo perdido por la clase trabajadora a manos de la tecnología.
Cuando el derecho a la desconexión digital fue aprobado en Argentina en la reciente Ley de Teletrabajo se sabía que no alcanzaba. Que había que pelear este derecho para todos los trabajadores, teletrabajen o no. No obstante, se abrió un debate en el país. Los sindicatos comenzaron a preguntarse cómo negociarlo y comenzó a ponerse sobre la mesa lo que todos sabemos pero nadie dice: nos han robado el tiempo libre. Es un debate que aún tiene mucho por recorrer, pero comenzó, y eso ya es muchísimo.
Podríamos argumentar que las nuevas reglas que necesitamos a partir de esta oleada de digitalización es un paquete de normas que lleven a poner las cosas en su lugar. Trabajar menos horas si somos más productivos, y que esas horas se respeten. Tan simple y básico como eso.
¿Es esto suficiente? La automatización de nuestro comportamiento nos dice que no alcanza: Software de vigilancia en las computadoras de los trabajadores; seguimiento por GPS; extracción de datos para evaluar performance. Personas trabajadoras que, asustadas por ser castigadas por una gerencia o un algoritmo, cumplen órdenes aún si estas exceden sus horarios y tareas. Hacia eso tendemos en un mundo de capitalismo digital donde se ha generado una industria del comportamiento: motivar acciones que lleven a la eficiencia y la ganancia en detrimento de nuestros derechos es una nueva industria conductual en el paradigma cibernético.
Nuevas reglas de juego en tándem. Que aunque afecten a algunos sectores, generen debates sociales internos y nuevos estándares de lo que está bien y está mal. Hemos aceptado sin chistar la hipervigilancia y la conexión absoluta. Este 1 de mayo, cambiemos ese estándar con nuevas demandas sindicales en los años por venir.
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